Es muy difícil.
Es una situación por la que nunca tuve que pasar, un sentimiento que no
recuerdo haber sentido. Más desgarrador que la primer noche sin papá en casa,
más desesperante que perder a quien me entregué sin miramientos por todo un
verano, más angustiante que el superar a mi primer amor. Tenerlo y sentirlo tan
distante me está consumiendo por dentro. Siento como se me escurre por los
dedos como arena, y me desespera no saber cómo retenerlo, cómo no dejarlo ir.
Nunca fui la más madura a la hora de mantener
a flote una relación, siempre elegí el distanciamiento, el silencio, la
soledad. Pero hoy no, hoy no quiero elegir el camino fácil. Hoy quiero
plantarme, quiero pelearla, quiero amar. Quiero dejar a un lado el miedo, la
inseguridad, el pánico que tengo a la inestabilidad. Vamos, crecí en la
inestabilidad. En la incertidumbre. En la sensación de que mi familia se derrumbaría
en cualquier segundo. Mi vida como la conocía siempre pendió de un hilo, y yo
siempre estuve con el Jesús en la boca pensando que se rompería hasta que
finalmente lo hizo.
Ya no quiero
vivir así, no quiero huir cuando se pone difícil. Era fácil alejarme cuando
sabía mantener a raya mis sentimientos. Pero ahora ya no, ya no puedo no
sentir. Nunca en mi vida sentí algo así por alguien, nunca pensé que siquiera
fuese posible. Es un amor tan hermoso que vale más que cualquier lágrima, que
cualquier distancia, que cualquier discusión. Lo que siento por él es tan
fuerte que duele. No me importa cuánto tenga que llorar, las veces que sea
necesario lastimarme y lastimarlo, aprender de los errores. Me tiene sin
cuidado cuántas veces me tropiece, ni cuánto duela levantarme, voy a seguir
igual. Porque aún teniendo dieciocho años sé bien lo que quiero: sé que me
quiero dedicar a esto, a escribir, y sé que quiero viajar por toda Europa, y
también sé que quiero pasar la vida con él. Porque a pesar de ser diferentes, a
pesar de que yo sea tan impulsiva y apasionada, y que él sea tan medido y frío,
sé que lo amo. Y sé que no existe una excusa suficientemente convincente como
para alejarme de él. Aún cuando estaba con alguien más, aún cuando corté
nuestra relación, aún cuando estaba del otro lado del país rodeada de chicos
que me buscaban incansablemente, siempre lo elegí a él, y nunca permití que se
alejara lo suficiente. Lo mantuve cerca mío todo este tiempo, desde el instante
en que apareció en mi vida. Aunque me encontrase con quien en ese entonces yo
creía amar durmiendo abrazado a mí, mi último pensamiento antes de dormirme era
él.
¿Qué habría sido
de mí si no hubiese ido a esa fiesta, si no lo hubiese conocido? Él es quien
hace el balance en mi vida, el que me salva cuando me caigo. Me evitó cometer
unos cuantos errores, y me secó las lágrimas que lloré cuando me di cuenta de
que acababa de equivocarme.
Por todo lo que
esto significa para mí, elegí cambiar, dejar de escapar, enfrentar los
problemas. Tal vez sea esa la razón por la que cada día peleamos por un motivo
diferente. Antes solía respirar profundo y hacer la vista gorda a las cosas
tontas que él hacía y que a mí me enojaban. Ahora no, ahora quiero enfrentar
incluso las cosas tontas, quiero resolver cada mínimo problema que haya entre
nosotros, quiero enfrentar nuestras inestabilidades desde que me di cuenta que
esa es la única forma de pisar tierra firme en nuestra relación. Quiero pelear,
quiero gritar, incluso llorar, solo porque sé que eso significa que, después de
todo el esfuerzo por coincidir, voy a poder abrazarlo y saber que vamos a estar
bien. Porque quiero que estemos bien.