Hay muchas noches, como ésta, en las que no me puedo dormir
por pensar, especialmente en vos, en mí, en lo nuestro. En cómo una persona que
fue tan importante para mí es ahora un desconocido, alguien a quien no
reconozco.
Pero, de todas formas, no me sorprendió que hayamos
terminado. Desde el instante en que me propusiste que volvamos a intentar estar
juntos sabía que lo nuestro estaba irremediablemente destinado a no ser. Lo que
me sorprendió fue la forma en la que terminamos. Siempre pensé que éramos
incondicionales, que siempre íbamos a estar el uno para el otro. Pensé que yo
era irremplazable en tu vida como vos lo eras en la mía. Pensé que eras una
buena persona, que más allá de lo que puedas o no cambiar con el tiempo,
siempre ibas a mantener tu esencia, tu buen corazón. Ahora pienso que pensé
demasiado, y mal.
Ahora me arrepiento de haber aceptado volver con vos, de
haberme arriesgado, de haberme animado a jugarme el corazón y dejarme enamorar.
Me permití pensar que lo nuestro era para siempre, y ese fue mi error. La vida
me enseñó ya muchas veces que nada dura para siempre. Ni siquiera vos.
Ahora estoy sola, de madrugada y a oscuras, intentando armar
el rompecabezas que hiciste con los pedacitos de mi confianza y mi amor. Y me
va a costar mucho armarlo, me va a
costar recomponer lo que alguna vez fui. Porque confié en vos como nunca podría
haberlo hecho con nadie, y me fallaste como nunca podría haberlo hecho nadie.
Y ahora, todos los días, cuando paso por la esquina de tu
casa en el colectivo, cierro los ojos. Los cierro porque me da miedo la
posibilidad de encontrarte, algún día, de la mano de ella ahí, en esa esquina,
en la parada, donde nosotros caminábamos juntos, ahí donde peleábamos y nos reconciliábamos
en minutos. Donde te llenaba de gritos, de reclamos y de besos. No podría
soportarlo, no podría aguantar el sentirme reemplazada por ella. Hay muchas noches, como ésta, en las que no me
puedo dormir por pensar, y por recordar tus estados que me dicen, casi con tono
burlón, que ella efectivamente me reemplazó y que estás feliz por ello.
Ella que conociste a veinte mil kilómetros de distancia de
mí, ella que tiene todo lo que no tengo yo. Ella que no es inmadura, impulsiva,
infantil, irracional, y todos los “defectos” que me marcabas una y otra vez.
Ella que hizo que te vuelvas distante y frívolo conmigo, ella que te hizo
decidir que yo ya no tenía derecho a un lugar en tu vida. Ella que me sacó lo
que más apreciaba en la vida: me sacó a mi mejor amigo. No, no importa si me
sacó a mi novio, si me dejó sin besos o abrazos. Importa que me sacó el apoyo
incondicional, me sacó ese salvavidas que me ayudaba si me estaba ahogando.
Ahora, por la culpa de ella, tengo que aprender a nadar.
Al principio me sentí ajena a mi cuerpo. Hacía semanas que
no sabía nada de vos, y que me hayas confesado, a diez mil cuatrocientos
kilómetros de mí, que había alguien más, me hizo sentir en un sueño. Como si
fuese una película y yo no fuese parte de ella, como si sólo fuese la espectadora.
Y sentía pena por la pobre y estúpida protagonista, sentada sola en su cama,
con la videollamada en su computadora y su rímel recién puesto desparramado por
toda la cara. Se estuvo arreglando cuarenta minutos, a las tres de la mañana de
un día de semana, para ver a su novio en una pantalla y que él le confiese que
se fijó en alguien más. Hasta que caí en la cuenta de que yo era la pobre
estúpida, y el sentimiento de ser traicionada fue tan grande y tan fuerte, que
pensé que me estaba matando.
Y nunca pude perdonarte, y jamás podría. Porque me sentí una
idiota, porque me perseguiste por años diciendo estar enamorado de mí e intentando
enamorarme. Y cuando lo conseguiste, cuando yo moría de amor, cuando me
convencí de querer pasar mi vida entera con vos, me soltaste la mano. ¿Cómo se
vuelve de eso? No se puede, no se pudo. Hay muchas noches, como ésta, en las
que no me puedo dormir por pensar, por desear con todas mis fuerzas volver el
tiempo atrás y no haberte dejado ir a ese viaje.
Y por último, tengo que decir que es una lástima. Es una
lástima que alguien como vos, tan buena persona, tan incondicional, se haya vuelto
tan frío y odioso. Es una lástima que hayas pasado de vivir por y para mí, a
que no te importe si estoy viva o muerta, a que te dé igual si te necesito o
no. Es una lástima que no hayamos sido lo que se suponía que estábamos
destinados a ser. Es una lástima que hayamos terminado así de mal. Y es una
lástima que me hayas metido los cuernos y te hayas arrepentido después. Una lástima
que Agustín me haya hecho sentir más querida en cuarenta minutos y sin ser mi
novio de lo que vos lo hiciste en ocho meses estando juntos.
De todas formas, no veo como una lástima el que yo te haya
metido los cuernos y que al día de hoy no me arrepienta ni un poquito. Ni
tampoco veo como una lástima el darme cuenta que no quiero volver a saber de
vos ni de tu vida. Porque a hijo de puta, hija de puta y medio.
Hay muchas noches, como ésta, en las que no me puedo dormir
por pensar, por extrañarte. Pero por suerte me acuerdo de cómo era realmente ser
tuya, y se me pasa. Así que ahora que me agarró sueño me voy a dormir. Buenas
noches.